martes, 25 de junio de 2013

INFORME ESPECIAL: Se cumplen 11 años de la "Masacre de Avellaneda".

Una de las mentiras mas famosas del Grupo Clarín.
El 26 de junio de 2002, las principales organizaciones de desocupados del país se plantearon desarrollar la primera jornada de presión para conseguir un aumento general del salario y una duplicación de 150 a 300 pesos en el monto de los subsidios para los desocupados; más alimentos para los comedores populares; y en solidaridad con la fábrica ceramista Zanón ante el peligro de ser desalojada. Los movimientos piqueteros programaban cortar, en Buenos Aires, los principales puentes de acceso a la Capital Federal.
El reclamo piquetero que cortó varios accesos a Buenos Aires fue reprimido con balas de goma y municiones por un operativo conjunto entre la Policía Federal, la Policía de la provincia de Buenos Aires, la Gendarmería Nacional Argentina y Prefectura Naval Argentina.
Una cámara filmó el momento en que dos efectivos de la policía provincial dispararon sobre Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, que en ese momento se encontraban separados del resto de los manifestantes.
Además de los piqueteros asesinados, hubo 34 personas con probadas heridas con balas de plomo.


La conmoción también sacudió a los medios periodísticos. La cobertura periodística del día siguiente a los sucesos no hizo más que desinformar. Con la excepción de Página/12, todos los diarios porteños coincidieron en publicar hipótesis equivocadas. En estos once años, muchos jóvenes se acercaron a la profesión periodística y, en sus memorias, aquellos hechos tal vez sean hoy recuerdos borrosos. DsD [Diarios sobre diarios] presenta entonces estas “instantáneas”, para volver sobre los hechos y confrontarlos. Reflexionar y mantener viva la memoria.




Aunque la Historia no es una suma de “anécdotas”, la serie de hechos, dolorosos, que se desarrollaron en la estación Avellaneda del sureño ferrocarril General Roca, hicieron que el 26 de junio de 2002 cambiara de manera brusca la coyuntura política del país. El giro concluyó el 25 de mayo de 2003 con el patagónico Néstor Kirchner comandando los destinos del país desde la Casa Rosada, previo a un ballotage frustrado debido a la deserción de Carlos Menem.

En estos seis años, DsD nunca editó una nota en esta sección referida a aquellos sucesos. Esta es la primera, aún cuando en junio de 2002 DsD ya se distribuía por mail y aún no se había “subido” a la web. DsD recién empezaba su tarea.

Han pasado seis años. Tiempo y distancia suficientes para que los responsables sean juzgados y condenados. Es tarea del periodismo volver sobre los hechos, analizarlos, confirmarlos. Y aportar a que entre otros aspectos, la memoria permanezca. Y sus errores y aciertos sean confrontados.

Por eso esta nota se presenta como si fueran “instantáneas”. Fotos para no olvidar.




Instantáneas de los hechos

El 26 de junio de 2002 perdieron la vida -porque fueron asesinados por la Policía Bonaerense-, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, dos muchachos que, con los cambios sufridos en la Argentina desde el golpe de 1976, debilitada por la crisis de representatividad de los partidos políticos, no eran militantes políticos, sino “sociales”, en este caso del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, o bien como se hubiesen definido ellos, de “La Verón de Lanús” y “del MTD”.

La “Verón” de entonces hoy se denomina Frente Popular Darío Santillán -el primero-, y “el MTD” de la localidad de Guernica, también ahora lleva su nombre, el segundo. Ese mismo día fueron heridos con postas de plomo los manifestantes Aurora Cividino, Marcial Bareiro, Sebastián Conti, Walter Medina, Miguel Ángel Paniagua, Héctor Pantoja.

Un grupo de uniformados ajustó sus correajes, cargó sus armas, cuando aún no era día pleno en Avellaneda y sin saber que terminarían imputados por 2 homicidios y 7 tentativas de homicidio (comisario inspector Alfredo Fanchiotti y cabo Alejandro Acosta), por el delito de encubrimiento agravado (los por entonces policías Félix Vega, Gastón Sierra, Lorenzo Colman, Carlos Quevedo y Mario de la Fuente) y por el delito de usurpación de “títulos y honores”, al actuar como policía durante la represión (ex policía Francisco Robledo). El juicio se estiró desde mayo de 2005 hasta el 9 de enero de 2006, cuando el Tribunal Oral Nº 7 de Lomas de Zamora condenó a reclusión perpetua a los dos primeros y a penas menores a los restantes.

Instantáneas del periodismo 

Los hechos también provocaron un sacudón mediático. El título de Clarín del 27 de junio –al día siguiente de los asesinatos- fue “La crisis causó dos nuevas muertes”, con la volanta “No se sabe aún quienes dispararon contra los piqueteros”. El titular marcó una polémica. Aún se lo recuerda como un estigma que el matutino carga desde aquellos días. A excepción de una nota del entonces jefe de fotografía del diario, Diego Goldberg, el matutino nunca se preocupó por dar una explicación editorial clara y contundente a sus lectores desde sus páginas. Sólo algunos de sus editores dieron sus razones en entrevistas radiales, en documentales o en seminarios o debates.

En la nota de Goldberg, se afirma que “la edición de Clarín del día jueves que reflejó los sucesos del miércoles en Avellaneda, contiene algunas inexactitudes que fueron revelándose al cotejar los datos de ese día” (…) “Al realizar la edición de ese día, ni él (por “Pepe” Mateos) ni los editores fotográficos, ni los editores de texto que trabajaron en esa cobertura, con la información que teníamos en ese momento, pudimos armar el rompecabezas de la secuencia. Recién al día siguiente, sabiendo que Santillán había sido herido de muerte en la estación de tren, cerca de Kosteki, volvimos a revisar todo el material fotográfico y, con el testimonio invalorable de Mateos, logramos reconstruir lo que había sucedido”.

Pero el silencio que el matutino mantuvo a nivel de editores periodísticos, ayudó a que empezaran a circular varias hipótesis conspirativas de todo tipo y color. La última mención a ese título la hizo Kirchner el pasado martes 17 de junio de 2008, cuando se quejó porque Clarín tituló con la palabra “represión” la detención transitoria del ruralista Alfredo De Ángelis, mientras que ante un asesinato prefirió acusar en abstracto a “la crisis”. Se dijo de todo: que Clarín ayudó al gobierno de Duhalde culpando a la “crisis”; que sus editores no quisieron publicar al otro día “todas las fotos”; que fue una “maniobra de desinformación”. Sólo hace falta buscar un poco en la web para encontrar aún hoy diversas teorías, que hasta aquí se basan en primeras impresiones, testimonios aislados y presunciones. Ha sido fácil “politizar” los hechos. Pero de investigación periodística real, ha habido poco o nada.

Sin embargo Clarín no fue el único diario que en ese día fatídico confundió a la opinión pública. El resto de los matutinos acompañaron esa construcción. Y, al igual que Clarín, faltaron explicaciones a los lectores, disculpas a los familiares de las víctimas.

La Nación editó como título principal “Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la policía” y en el texto de tapa incluyó que “el jefe del operativo de seguridad en el puente, comisario Alfredo Franchiotti, aseguró que sus fuerzas no portaban proyectiles de plomo y acusó a los piqueteros de disparar con armas de fuego”.

El periodista Fernando Laborda, escribió: “No debe descartarse que ese nivel de desorden y de rebeldía (el que existía en la manifestación piquetera) haya sido generado por las diferencias suscitadas entre las distintas agrupaciones que convocaron a los actos de protesta de ayer, frente a la advertencia oficial de que las fuerzas de seguridad no permitirían los cortes de los caminos”. A la columna de Laborda la rodearon títulos como “El Gobierno cree que hubo infiltrados entre los piqueteros” y “El presidente, golpeado, sospecha de una escalada de violencia organizada”. El matutino tampoco logró afirmar que fue la Bonaerense la que mató a los piqueteros.

Ámbito editó como título de tapa “Violencia en piquetes: 2 muertos y 90 heridos”. En la bajada afirmó: “Enmascarados y portando palos, gomeras y, según la Policía, con armas de fuego y coordinados por radios interconectadas, los manifestantes se enfrentaron con fuerzas policiales y de la Prefectura con el resultado de dos muertos con proyectiles de plomo”. Este diario, al consignar que los piqueteros estaban “con armas de fuego” y que dos habían muerto “con proyectiles de plomo”, también dio crédito en su portada a igual instalación: los piqueteros se habían matado entre ellos. Fanchiotti aparecía también en Ámbito como un mero descriptor de los hechos, tanto que al diario le pareció “insólito” que los piqueteros lo hayan agredido ante las cámaras de TV.

El Cronista, en aquella época propiedad del español Grupo Recoletos, tampoco señaló la posible responsabilidad policial en los hechos. En su crónica señaló que “un grupo de piqueteros se desprendió de la movilización central e intentó cortar el puente Pueyrredón y se enfrentó a la policía, que reaccionó con balas de goma y gases lacrimógenos”. Luego dijo que los muertos presentaban heridas de balas de plomo. La lectura que el diario impulsó era la misma del resto: los piqueteros se enfrentaron entre ellos con armas de fuego.

En tanto, el diario BAE, en aquella época en manos de Daniel Hadad, fue el más duro hacia los manifestantes: editó como gran bajada de tapa: “Gravísimos hechos de violencia provocaron agitadores de izquierda. Intentaron cortar el puente Pueyrredón y a su paso amenazaron a vecinos, rompieron comercios, autos e incendiaron un colectivo. Tuvieron un duro choque con la Policía, a la que emboscaron. La provocación partió de grupos trotskistas y guevaristas que estaban organizados y armados”. La crónica interior llevó como título “Los piqueteros se sacaron la máscara: ayer desataron violencia y muerte”.

Página/12 fue el único matutino que en esa jornada se abrió de la hipótesis oficial que rezaba que los piqueteros se habían matado entre ellos. Por una cuestión ideológica, el matutino no podría dar crédito a la instalación generada desde el Gobierno de turno. Pero tuvo otro ingrediente que lo salvó del incendio. Quien cubrió los hechos de la estación Avellaneda fue Laura Vales, quizá la periodista de diarios nacionales que mejor conoce el terreno de las organizaciones sociales y que mejor llegada tiene a fuentes de movimientos piqueteros.

En su tapa señaló que “la salvaje represión policial tras un choque con los piqueteros provocó dos muertos y cuatro heridos graves con balas de plomo, otros 90 heridos con balas de goma o contusos y más de 150 detenidos”. Y en la nota interior, sin la información concreta de cómo habían ocurrido los hechos, Vales se jugó y afirmó que “por lo que se sabe hasta ahora, (Kosteki y Santillán) cayeron escapando de la policía, uno de ellos porque decidió auxiliar a otro herido, los dos bastante después de iniciado el operativo de represión que la bonaerense desató en la bajada del Puente Pueyrredón como inicio de una cacería que prolongó durante varias horas por las calles de Avellaneda”. El tiempo le daría la razón a Vales. La Justicia lo acreditaría.

Instantáneas de los fotógrafos



La confirmación en sede judicial de la responsabilidad de agentes de la Bonaerense en los asesinatos de aquel día se conoció –entre otros elementos- gracias al trabajo de fotógrafos, cuya profesión muchas veces es ninguneada por algunos periodistas. Una tarea sobre la que en forma recurrente se escuchan profecías sobre su posible desaparición y que con la evolución de la teconología se recurre al falaz eslogan: “Ahora cualquiera puede ser fotógrafo”. Este caso es un buen ejemplo de la necesidad imperiosa de reconocer a los reporteros gráficos como un componente fundamental del periodismo, al mismo nivel de que aquellos que trabajan redactan.

Los hechos fueron revelados por fotógrafos que ese día, como todos los días, fueron a su lugar de trabajo: la calle. Que llegaron “al lugar de los hechos”, en donde no había cronistas de medios gráficos ni cámaras de TV y en donde el “periodismo ciudadano” se convierte en una broma pesada. Que pusieron su cuerpo apenas a centímetros de las balas de plomo que silbaron aquella tarde. Que testimoniaron para la posteridad las imágenes de la masacre. Y que siguen haciendo su trabajo con el mismo profesionalismo que aquel día: sin pretender ser “famosos”, sin la necesidad de obtener premios, sin autoelogiarse ni dar cátedra sobre su profesión.

Valga entonces esta “instantánea” como reconocimiento a esos fotógrafos: “Pepe” Mateos del diario Clarín; Martín Lucesole y Fernando Massobrio de La Nación. Y un día después, el aporte de Sergio Kowalewski que cedió sus fotos a Página/12.

Dos de esos reporteros, Mateos -de Clarín- y Kowalewski -fotógrafo independiente que cubría actos de las Madres de Plaza de Mayo y se ganaba la vida, como él mismo lo dijo, como “fotógrafo de ceremonias familiares”-, también vieron sus vidas convulsionadas a partir de aquella jornada. Las 240 imágenes que registró Mateos y las fotos que tomó Kowalewski, con una máquina “absolutamente manual” y reveló en su propia casa, fueron incorporadas a la causa y, finalmente, fueron pruebas irrefutables para demostrar el accionar criminal de los policías.

Kowalewski reveló los rollos al día siguiente. Se comunicó con la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) para avisar de la importancia de sus registros. Se pusieron en contacto con Página/12.

Alejandro Elías, por entonces editor de fotografía de Página llamó entonces a Kowalewski y le pidió el material y le preguntó por los honorarios que pretendía por el material. El precio fue que “cualquiera que las quiera pueda usarlas de la misma manera que ustedes: gratis”. A instancias de su compañera hizo, horas después, una corrección a su demanda y le propuso al diario que compraran medicamentos para entregar al MTD de Almirante Brown.

Mateos también dio testimonio durante el juicio. Estaba en la estación, mirando el cuerpo de Kosteki y “en eso, entró la policía levantando las armas. Escucho gritos y veo que Darío Santillán sale corriendo con otro muchacho que no sé quién es. Los policías gritaban. Escucho dos o tres disparos y quedo paralizado unos segundos. Cuando salgo al patio veo el cuerpo de Darío moviéndose. Y enseguida percibo al comisario muy nervioso. Casi inmediatamente dos policías levantan a Darío de los brazos y lo arrastran. Era una situación muy desaprensiva. Él intenta un gesto, pero no puede moverse, y lo dejan tirado en el puesto de diarios. El comisario lo palpaba, yo interpreté que le pegaba. Le advertí que le estaba haciendo fotos, para que lo dejara tranquilo. El comisario me miró y me dijo algo que interpreté como una puteada”.

Después de escuchar la declaración, el fiscal Bernardo Schell pidió la exhibición de un video. Las imágenes mostraban a Fanchiotti revisando a Santillán, sin preocuparse por las heridas provocadas por las propias balas policiales.

Se escucha una voz -Eh, viejo. Mirá que te estoy sacando fotos”.
El fiscal interroga: -¿Reconoce esa voz?
-Sí, soy yo. – responde Mateos.
-¿Por qué dijo eso?- repreguntó Schell.
-Yo, generalmente, cuando hago fotos no intervengo. Pero era una manera de pedirle un poco de piedad, después de ver cómo arrastraban y palpaban a Santillán.

Instantáneas de un documental

Patricio Escobar, graduado en Ciencias de la Comunicación de la UBA, y Damián Finvarb, egresado de la Escuela de Cine de Avellaneda, realizaron un documental que apuntó a mostrar la “manipulación de la información que ejercen los medios de comunicación”. La obra fílmica reconstruyó y analizó los asesinatos de Kosteki y Santillán, y el manejo de la información por parte de los medios de comunicación nacionales.

El diario les dejó servido el título de la película: “La crisis causó 2 nuevas muertes”. Después de tres años de trabajo finalizaron esa obra “totalmente independiente y sin ningún tipo de apoyo, pues criticamos en él al multimedio más poderoso de la Argentina como es el grupo Clarín”, según las expresiones de Escobar.

El documental tiene dos partes. La primera relata cómo mataron a Kosteki y Santillán y analiza la forma en que se diseñó la represión policial, que empezó a las 12 y concluyó a las 17 horas del miércoles 26. La segunda trata de explicar “qué sucedió con la secuencia fotográfica de Mateos en la redacción de Clarín, y así demostrar que hubo manipulación de la información en el diario argentino más importante”, según los documentalistas.

Al justificar el título Escobar señaló que “nos daba a entender lo que realmente había pasado. Y a su vez, dejaba vía libre al discurso de Duhalde en ese momento, que decía que se habían matado entre ellos”. El documental de 85 minutos comienza con un testimonio del editor jefe del diario Clarín, Julio Blanck.

En el documental, Blanck mira durante un buen rato la tapa del Clarín del 27 de junio de 2002 y termina por aceptar: “Es cierto, ese título no dice la verdad”. “Cometimos un error con este título”, dice quien para esa fecha era editor de Política Nacional del diario, y lanza un par de preguntas que, seguramente, no buscaban respuestas: “¿Qué tengo que hacer? ¿Cortarme las venas?”.

Instantáneas del Gobierno

Otro actor de los hechos fue Eduardo Duhalde, convertido en presidente de la Argentina de la inestabilidad política, la volatilidad partidaria, la convertibilidad y el corralito desde el primer día del 2002, cuando la Asamblea Legislativa, en medio de los desordenes en las calles de Buenos Aires, decidió convocarlo para poner fin al caos desatado tras la huida de Fernando de la Rúa, con mandato hasta el 10 de diciembre de 2004.

El Gobierno guardó silencio durante las ocho horas posteriores de producidos los asesinatos, algo que destacó la edición del día 27 de Página/12. El primer relato de los acontecimientos estuvo a cargo del secretario de Seguridad Interior de la Nación, Juan José Alvarez, quien buscó presentar los hechos desde una óptica policial, en la que la protesta se desbordó producto de una interna piquetera. El propio ministro del Interior, Jorge Matzquin brindo una conferencia de prensa, en la cual no descartó que los grupos de “piqueteros” se hubieran enfrentados con armas entre sí.

Sin embargo, ese miércoles de comienzos del invierno austral, estos hechos hicieron tambalear la estrategia de estabilización del propio Duhalde. Decidió evitarlo con una jugada dramática, el 2 de julio, anunció el adelanto de las elecciones presidenciales de septiembre a marzo de 2003 y el 18 de noviembre, por acuerdo de los poderes políticos, se estableció el 27 de abril como fecha definitiva de los comicios, con asunción del nuevo binomio el 25 de mayo.

Desde La Plata, el gobernador Felipe Solá reportaba a Olivos que la Bonaerense no se hacía cargo de los disparos que mataron a Kosteki y Santillán. Poco le duró esa postura. La aparición de las fotografías lo llevó a corregir su posición inicial y expresar, ahora que el comisario inspector Alfredo Fanchiotti era un “psicópata, un demente”. “Me mintió”, aseguró el mandatario y agregó que creía que “también les mintió a sus superiores”.

Había recibido una llamada telefónica, desde Olivos. Se hizo rogar, ignorante del sacudón que recibiría su carrera política y el gobierno de quien lo había colocado al frente de la provincia cuando Carlos Ruckauf decidió abandonarla. Solá tendría que ajustar esa tarde –noche su relato a la verdad, a esa altura documentada en los archivos digitales de Mateos. Le hicieron entender que la llamada era por un asunto gravísimo y, entonces sí, respondió. Enmudeció cuando le transmitieron el mensaje de El Jefe -como se gustaba llamar a Duhalde por entonces- haciéndole cambiar el discurso, tras comprobar que las fotos mostraban de modo irrefutable que los asesinos estaban en la Bonaerense y no entre los piqueteros.

El grupito de Olivos que rodeó al Presidente en esas horas tensas no necesitó de profesionales del espionaje, la SIDE nada tuvo para aportar. Uno de ellos, sobre el mediodía, recibió una llamada en su celular, de alguien acostumbrado a leer diarios, a disfrutar del papel y el olor a tinta. El cruce de las tapas, la superposición del conjunto de fotos permitían, prácticamente, construir las tres dimensiones de la escena, con los asesinos en primer plano y uniformados, con Santillán vivo, agonizante y muerto. El colaborador de Duhalde no acudió a otra metodología que juntarse con esos mismos diarios, concluyó que el dato que le pasaron era correcto, que el Jefe se embarcaba en terreno sin retorno si avanzaba por el camino de responsabilizar a los piqueteros por los hechos del día anterior.

El hombre de Banfield escuchó en Olivos, miró con atención las fotos que le presentaban sobre su mesa de trabajo, comprendió que era cierto. Lo llamaron a Solá y el resto es historia conocida, y juzgada. Hoy por hoy, dicen los hombres que siguen junto al ex Presidente que algún día escribirán la historia de esta coyuntura y que darán los nombres de sus protagonistas.

Instantáneas de DsD

La jornada siguiente a los asesinatos fue tensa, dura, en todas las redacciones periodísticas. También en las modestas instalaciones de Diario sobre Diarios (DsD). Su director, el jefe de redacción, el redactor principal, el webmaster y alguno de esos amigos que nunca faltan cerca de los periodistas. Todos alrededor de una mesa con los diarios de “el día después”, el 27 de junio.

“¿Qué ven…, pero qué ven?”, preguntaba, casi amenazaba, uno de los periodistas… Silencio, hasta que otro dijo, “¡Está vivo!, ¡El muerto está vivo!”. Una nota emitida por la señal TN en forma reiterada presentó una entrevista a un joven en el GBA, que decía que el que estaba en la tapa de Clarín, en forma borrosa era Darío Santillán. No el muerto en la foto, sino el vivo . Así surgió la nota que DsD publicaría al día siguiente. El encargado de ponerle letras a la misma, fanático de Cortázar, como tantos de su generación en un país en que los pibes “se leían todo”, asoció el esfuerzo para encontrar lo que estaba oculto en la foto de tapa de Clarín con la película Blow-Up, de Michelangelo Antonioni y estrenada en 1966, basada, muy libremente, el cuento “Las babas del diablo”, del cronopio mayor. La trama lleva a un fotógrafo londinense de modas a realizar unas instantáneas en un parque de las afueras, para ilustrar el libro de un amigo; cuando las revela se da cuenta que hay un cadáver en uno de los registros.

Como un Blow-Up al revés, la foto de Pepe Mateos mostraba que el muerto estaba vivo. Hasta que llegó Fanchiotti, claro.

Hoy reproducimos nuestra propia nota, y aprovechamos para agradecer a José Ignacio López que la incluyó en el Apéndice de su libro sobre “El hombre de Clarín”, Héctor Magnetto, de editorial Sudamericana (2008). Paradojas del oficio: quien escribió sobre la “vida privada y pública” del mandamás del grupo de medios más importante de la Argentina, usó para reseñar ese momento, dramático, de la historia presente, a la notita que le dijo al matutino de los Noble que tenía un muerto vivo en la portada mas leída del país y no se había dado cuenta por entonces. Claro que DsD, no existía en la web, era sólo un correo electrónico. Esa “perla” – que López se las ingenió para conseguir por otra vía que no fue DsD- y que leyeron muy pocos por entonces, ahora se reproduce:

“Cuando Pepe se levantó, junio era amenaza de lluvia en la ciudad. No sabía que le había ofrecido a los lectores de su diario dos imágenes imposibles de lograr por un fotógrafo: la de un muerto que estaba vivo y la de un asesino en el momento de su crimen. Con ese empecinamiento de reporteros y periodistas, arrancó la jornada volviendo hacia las noticias que había recorrido unas horas antes; lógico, seguía la información a través de TN, el canal de la empresa. No prestó demasiada atención al pronóstico del tiempo ni al recuento de los hechos del día anterior; todavía le quedaba el regusto de los gases, de la pólvora. La sangre derramada sobre el suelo sucio de la estación le golpearía en la boca del estómago. De golpe le estalló la cabeza: un muchacho miraba a cámara y decía que la foto de la tapa de Clarín demostraba que su hermano, Darío Santillán, uno de los dos muertos del miércoles, estaba vivo cuando llegó la bonaerense. De golpe se le ordenaron las imágenes disparadas en ráfaga, con cadencia de 1,6 segundos entre una y otra; el caos, la violencia y la confusión del cierre del diario, dieron paso a la desesperación por llegar hasta el edificio de la calle Piedras, meterse en el laboratorio y revelar el rollo de película sensible del que le habían pedido sólo un corte para la incluir en la edición. Habían decidido ilustrar la tapa con la foto de un muerto y no vieron que el muerto estaba vivo. En el cajón de los rollos descansaron las fotos de los asesinos. Por unos minutos, Pepe Mateos, tuvo los ojos celestes de David Cummings, el fotógrafo del Blow Up de Antonioni que revelaba con obsesión los negativos de unas tomas que traían a primer plano un asesinato imaginado por Cortázar. Al anochecer el diario decidió publicarlas. Más tarde aún, el gobernador Felipe Solá se enteraba que, comparando fotos, cruzando escenas, escuchando víctimas, algún periodista sagaz y con las ganas que Rodolfo Walsh le ponía a la búsqueda de la verdad, también había concluido que la Policía bonaerense había fusilado a Darío. Junio vuelve a amanecer con amenaza de lluvia sobre la ciudad; si el aguacero finalmente se descarga, hay dos oficiales que sólo podrán verlo desde atrás de las rejas”





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