domingo, 9 de junio de 2013

INFORME ESPECIAL: Se cumplen 57 años de los Fusilamientos de José L. Suarez. "La vida por Perón."

"La larga noche del 9 de junio vuelve sobre mí, por segunda vez me saca de “las suaves, tranquilas estaciones”. Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte..."
  Rodolfo Walsh, Operación Masacre.


Apenas cinco palabras: "Hay un fusilado que vive." 
Ya se sabe que aquella frase, susurradas al oído de Rodolfo Walsh mientras jugaba al ajedrez en un cafetín de La Plata, fue el punto de partida de Operación Masacre, el libro que desnudó –debido al testimonio de Miguel Ángel Livraga, el sobreviviente en cuestión– la trama profunda del asesinato de un grupo de civiles en un basural de José León Suárez, durante la represión desatada por la llamada Revolución Libertadora para sofocar el levantamiento del 9 de junio de 1956. 
La conspiración de los generales peronistas Juan José Valle y Raúl Tanco había sido infiltrada por los servicios de inteligencia del régimen encabezado por el general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas. De modo que ellos conocían con antelación dónde y cómo iría a estallar la asonada. Sin embargo, la dejaron correr para así aplicar sobre sus protagonistas un "escarmiento" que resultara disciplinante y ejemplar. Entre aquel sábado y el 12 de junio, en seis lugares diferentes –la Penitenciaría Nacional, la Regional Lanús de la Policía Bonaerense, Campo de Mayo, el Regimiento VII de La Plata y la Escuela de Mecánica del Ejército, además del ya mencionado basural–, fueron fusilados 18 militares y 13 civiles. Para tal fin, los verdugos escenificaron parodias de juicios sumarísimos, se valieron de decretos –que establecían la Ley Marcial y la pena de muerte– promulgadas con posterioridad a los arrestos y adulteraron los registros para legalizar esos crímenes. Aquellas matanzas no fueron fruto de una medida de excepción sino –junto con el bombardeo del 16 de junio de 1955– el acto fundacional del terrorismo de Estado en la Argentina y, como tal, el anticipo de un genocidio. La impunidad que gozaron los asesinos habría de alentar la escalada criminal que culminó en 1976 con el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas.

EL FESTÍN DE LOS FUSILES. 
En 1970, un hombre demacrado y ojeroso saltaría al estrellato político desde el Ministerio de Bienestar Social. Corría la presidencia del general Alejandro Lanusse. Y Francisco Manrique, adalid de los jubilados y padre del PRODE, era la cara humana de esa dictadura. Nada hacía suponer que sus manos estaban manchadas con sangre.
Tres lustros atrás, había empezado a trepar los primeros peldaños del poder en su calidad de edecán del presidente Aramburu.
Durante el anochecer del 11 de junio de 1956 atendió el teléfono en la Casa Rosada. Del otro lado de la línea, oyó una voz que, simplemente, dijo: "Valle se quiere entregar." Era un conocido suyo: Andrés Gabrielli. En su departamento de la Avenida Corrientes estaba Valle, por entonces el prófugo más buscado del país. Manrique garantizó que se le respetaría la vida.
A la madrugada del martes, Manrique salió al frente de una comisión militar para detener a Valle.
Horas antes, Héctor Cándido, de 21 años, un aspirante del tercer año en la Escuela de Mecánica del Ejército, regresó tras un franco a esa dependencia, ubicada sobre la calle Pichincha. La ciudad estaba convulsionada y cerca del Regimiento tuvo que identificarse para avanzar. Adentro imperaba un clima vidrioso y él permaneció por horas en la guardia. Entonces vino un aspirante más antiguo y se puso a señalar: "¡A ver, vos, vení, y vos, y vos!" Los elegidos fueron con él hasta un descampado. Les dieron un fusil a cada uno, antes de formarlos en grupo. Y los pusieron delante de cuatro suboficiales. Recién ahí Cándido se dio cuenta de que integraba un pelotón de fusilamiento. Las ejecuciones de los suboficiales Miguel Paolini, José Rodríguez, Ernesto Gareca y
Hugo Quiroga fueron simultáneas. El general Ricardo Arandia daba las órdenes. Garecca se abrió la camisa al morir. Rodríguez alcanzó a dar unos pasos antes de caer de bruces. Arandia les dispensó los tiros de gracia. En ese instante, tras una maldición a viva voz, Cándido vomitó hasta vaciar las tripas.
Ya durante el alba del martes, Manrique –que lucía jinetas de capitán de navío–, llevó a Valle hacia el Regimiento I de Palermo. En el trayecto, intentó ser amable, y dijo: "Gabrielli le salvó la vida, general." Valle no le contestó.
En Palermo fue sometido a un interrogatorio, después del cual se le dijo que ha sido condenado a la pena de muerte.
Su siguiente escala fue la Penitenciaría Nacional.
Tal vez en su celda haya evocado la figura de su asesino.
Aramburu y él habían ingresado juntos al Colegio Militar. Allí serían compañeros de banco hasta que egresaron como subtenientes. En aquellos tiempos los unía una gran amistad. Hasta compartían con sus familias largos veraneos en Mar del Plata. Años más tarde, con otros generales, participaron en la constitución de una sociedad para la construcción de un edificio en las calles presidente Perón y General Urquiza, en Mar del Plata. Pero, ya se sabe, tomaron caminos diferentes. La esposa de Valle imploró clemencia la noche el 12 de junio, apelando al viejo amigo. No obtuvo respuesta. Minutos después, un oficial con semblante impávido pasó por la celda del condenado para transmitirle las dos últimas palabras que oiría en su vida: "Ya es la hora."
En ese mismo instante, el coronel Ricardo Ibazeta aguardaba en Campo de Mayo su turno para el paredón, junto con otros cinco sublevados. Su esposa, Susana, había ido a la quinta presidencial de Olivos para pedir clemencia. Desde el lado exterior del portón, un guardia le indicó que esperara. Aquella espera se prolongó por un cuarto de hora. Recién entonces, fue atendida por Manrique. Ella le pidió hablar con Aramburu. La respuesta fue: "Lo siento, señora, el presidente está durmiendo"
El coronel fue fusilado al filo de la medianoche.

TOMO Y OBLIGO. 
Es posible que el comisario inspector Rodolfo Rodríguez Moreno no haya podido recordar con precisión aquella misma medianoche, ya que la atravesó atiborrado de ginebra, derrumbado sobre la barra de un tugurio de mala muerte, en algún lugar del sur bonaerense.
Durante el atardecer del domingo, en su calidad de jefe de la Regional San Martín, recibió una orden por vía telefónica: "¡Fusile a los detenidos! ¡Fusile a todos!" Esas palabras, trasmitidas por vía telefónica, habían salido de la boca del mismísimo jefe de la fuerza, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez. Se refería a 12 civiles apresados en una casa de la zona. Rodríguez Moreno no salía de su asombro. Y repreguntó la orden una y otra vez. Fernández Suárez, entonces, montó en cólera. El comisario tuvo una duda: ¿cómo se hace un fusilamiento? Él lo ignoraba y no conocía a nadie que lo supiera. Ni sabía donde efectuar el asunto. "¡Mire el problema que se hace, el lugar! ¡Llévelo a cualquier baldío y fusile a todos!"
El lugar elegido fue ese basural de José León Suárez. Los 12 detenidos llegaron allí amontonados en un camión. Julio Troxler advirtió enseguida que el destino era la muerte. El comisario dirigió personalmente el operativo. Hubo fallas. Juan Carlos Livraga se alejó corriendo hacia la oscuridad. Troxler y Reinaldo Benavídez también lograron escapar. Carlos Lisazo no tuvo la misma suerte, al igual que Marcelo Brión. Miguel Ángel Giunta escapó, pero su amigo Francisco Garibotti no pudo. Nicolás Carranza suplicó en nombre de sus hijos que no lo mataran, pero sin éxito. A Vicente Rodríguez, sus 120 kilos le impidieron correr y cayó abatido. Horacio Di Chiano pudo escapar, lo mismo que Rogelio Díaz. El propio Rodríguez Moreno remató a los heridos; cinco, en total.
Con la excepción de Aramburu, los responsables de la masacre no fueron rozados por el juicio de la Historia.


La orden
Los mandantes
Los fusilamientos de junio de 1956 fueron ordenados por Rojas, Aramburu y los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana; de Marina, Teodoro Hartung; de la Fuerza Aérea, Julio César Krause; y de Justicia, Laureano Landaburu.


El presidente duerme

El poema "El Presidente Duerme", de José Gobello, alude a un episodio que lo tuvo a Manrique de protagonista. 

"La noche yace muda como un ajusticiado, 
Más allá del silencio nuevos silencios crecen, Cien pupilas recelan las sombras de la sombra, Velan las bayonetas. Y el presidente duerme / El llanto se desató frente a las altas botas. Calle mujer, no sea que el llanto lo despierte. Sólo vengo a pedirle la vida de mi esposo. ¡El presidente duerme! / Reflectores desgarran el seno de la noche, El terraplén se aprestó a sostener la muerte, El pueblo se desveló de angustia y de impotencia Y el presidente duerme /Tras de las bocas mudas laten hondos clamores... con su deber y que ninguno tiemble. De frío ni de miedo! En una alcoba tibio El presidente duerme / Viva la patria! Y luego los dedos temblorosos, Un sargento que llora, soldados que obedecen, Veinticuatro balazos horadando el silencio... Y el presidente duerme. / Acres rosas de sangre florecen en los pechos, El rocío mitigó las heridas aleves, Seis hombres caen de bruces sobre la tierra helada Y el presidente duerme / ¡Silencio! ¡Que ninguno levante una protesta! ¡Que cese todo llanto! ¡Que nadie se lamente! 
Un silencio compacto se adueñó de la noche. Y el presidente duerme. /Oh, callan, callan todos! Callan los camaradas... Callan los estadistas, los prelados, los jueces... El Pueblo ensangrentado se tragó las palabras Y el presidente duerme. / El Pueblo yace mudo como un ajusticiado, Pero, bajo el silencio, nuevos rencores crecen. / Hay ojos desvelados que acechan en la sombra. Y el presidente duerme."
Dos décadas después, paradójicamente, Gobello apoyaría a la última dictadura.


El represor que relató en primera persona los delitos de la dictadura. Por Ricardo Ragendorfer

Tramitaba una pensión militar por "neurosis de guerra". En tren de fundamentar esa solicitud, concibió uno de los documentos más estremecedores sobre el terrorismo de Estado. Entre sus víctimas, tres jefes montoneros.

El pacto de silencio entre los militares de la última dictadura y la destrucción –o el ocultamiento– de los archivos sobre la llamada "lucha antisubversiva", hicieron que la reconstrucción de su esquema operativo y la identidad de los represores dependieran principalmente del testimonio de sobrevivientes. Pero hubo excepciones. 

El general Ramón Camps, por ejemplo, solía alternar las tareas punitivas con la escritura de sus andanzas. Prueba de ello es su libro Caso Timerman, punto final (editorial Roca /1982), en el cual agradecía al ex gobernador bonaerense Ibérico Saint-Jean, a su ministro Jaime Lamont Smart y a otros funcionarios por la asistencia brindada en "la investigación y los interrogatorios tendientes a establecer el trasfondo del diario La Opinión". Tres décadas después, aquella frase fue el punto de partida del procesamiento de Smart, quien tuvo el dudoso mérito de ser el primer civil detenido por delitos de lesa humanidad.
Lo cierto es que, en los últimos tres años, la desclasificación y el análisis de legajos del personal del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea –realizados por equipos del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) y la Dirección Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia– abrieron el acceso a nuevos nombres y datos acerca del terrorismo de Estado; en especial, al evaluarse las condecoraciones por "actos de servicio" y los reclamos administrativos por traumas mentales y enfermedades "de guerra". 

Al respecto, es digno de mención el del ya finado teniente coronel Eduardo Francisco Stigliano, cuyo expediente está ahora incorporado a la Causa Nº 4012 –a cargo de la jueza federal de San Martín, Amelia Vence–, sobre los crímenes cometidos en jurisdicción del Comando de Institutos Militares, con asiento en Campo de Mayo. Los ya amarillentos papeles, presentados por ese oficial en 1991 ante la Dirección de Personal del Estado Mayor General del Ejército (EMGE) –a los que Tiempo Argentino tuvo acceso– constituyen un documento de enorme valor histórico y judicial. Allí se autoincrimina en 53 asesinatos. Confiesa su rol en secuestros y ejecuciones callejeras de jefes de Montoneros. Describe las visitas del general Leopoldo Galtieri a los campos de exterminio. Revela fusilamientos ante la presencia de todos los jerarcas militares del área. Deja al descubierto la estructura de inteligencia que actuaba en Campo de Mayo. Admite –incluso, antes que Adolfo Silingo– los vuelos de la muerte. Y no duda en reconocer el carácter criminal de la represión.

PONER EL HOMBRO.
La historia clínica de Stigliano certifica que "el 17 de septiembre de 1979, fue asistido por presentar una perforación en la mano derecha por esquirla de granada, con entrada en el dorso y salida por la palma, a la altura del dedo índice, en circunstancias en que el causante cumplía una misión de combate ordenada contra la subversión".
Aquel día, el integrante de la conducción nacional de Montoneros, Horacio Mendizábal, y el ex diputado Armando Croatto, quien encabezaba el brazo sindical de la "Orga", aguardaban en el estacionamiento del supermercado Canguro, de Munro, al "Gallego Willy". No suponían que él –cuyo nombre era Jesús María Luján Vich– había caído dos días antes en manos del Ejército. Y que ahora, traído para "marcarlos", permanecía a unos metros, en un Ford Falcon estacionado sobre la Avenida San Martín. Los represores, a su vez, no imaginaron que él saltaría del auto para malograr la emboscada con un grito. Fue el primero en caer. El tiroteo fue breve y concluyó con la muerte de sus dos compañeros, luego de que Mendizábal alcanzara a arrojar una granada. Sus esquirlas atravesaron la mano del jefe de la patota.
Ahora se sabe que este era el entonces capitán Stigliano.
No fue su primera herida "en combate". El 26 de marzo de 1976 –siempre según su historia clínica– sufrió una "herida en hombro derecho con proyectil 9 milímetros de punta hueca, que le ingresa por detrás y le sale por la región deltoidea anterior, en circunstancias que el causante cumplía una misión de combate ordenada contra la subversión".
Aquel día, como flamante interventor militar de la comisaría de Escobar –en la cual prestaba servicio Luis Patti–, Stigliano encabezó un operativo en una casa de Escobar. Desde su interior, le fue disparada esa bala. Si bien no se conoce la identidad de sus ocupantes ni el destino que corrieron, trascendería –a través del testimonio prestado el 3 de agosto de 1979 ante un sumariante militar por el sargento Carlos Ahumada, quien participó en la refriega– la identidad del resto de la patota; a saber: el teniente Carlos Subiría, el cabo primero Villarreal y el cabo Juan Koval, junto a los policías bonaerenses Sibetta y Ballesteros. De igual modo, en el sumario iniciado a raíz de las heridas sufridas por Stigliano cuando Mendizábal, Croatto y Luján fueron acribillados, el 2 de octubre de 1979 se les tomó declaración a dos integrantes de aquella patota: los sargentos Roberto Ramos y Adrián Barberis, quienes dieron fe del percance sufrido por el capitán, quien encabezaba la jefatura de la Sección de Operaciones Especiales (SOE), tal como se llamaba el grupo de tareas del Comando de Institutos Militares.
Doce años después, muy alicaído, con un cuadro depresivo creciente y aprisionado por persistentes pesadillas, Stigliano motorizó su reclamo ante el EMGE para obtener un plus salarial en concepto de invalidez y "neurosis de guerra", una plegaria, por cierto, no debidamente atendida.

EL VENTILADOR. 
Dicho trámite fue tomando caminos escarpados. Tanto es así que, el 7 de noviembre de 1991, nada menos que el entonces jefe del II Cuerpo del Ejército, general de brigada Diego Soria, elevó las actuaciones al respecto hacia el EMGE con la siguiente aclaración: "Señalo la gravedad de las afirmaciones vertidas a fs. 7/8 por el causante, que deben ser analizadas por afectar a la Fuerza, exteriorizando con ello un deliberado propósito de generar problemas institucionales."
Poco antes, el 17 de octubre de 1991, un instructor de la Brigada de Caballería Brindada de Paraná le tomó declaración al ahora teniente coronel, quien a los 49 años se encontraba postrado en su domicilio de esa ciudad. En resumidas cuentas, arrancó: "Como jefe del SOE se me impuso órdenes que violaban la Constitución, las leyes y los reglamentos militares, toda vez que se identificaron con las prácticas más aberrantes que se puedan concebir."

Así fue el comienzo. A continuación, atribuiría sus trastornos emocionales a los asesinatos que se vio obligado a consumar. "Se me ordenaba matar a los subversivos prisioneros a través de médicos a mis órdenes, con inyecciones de la droga Ketalar. Luego, los cuerpos eran envueltos con nylon y se los preparaba para ser arrojados desde los aviones Fiat C22 o helicópteros al Río de la Plata." Stigliano –según sus propios cálculos– asesinó a 53 personas con esa modalidad. Pero también mencionó fusilamientos ordenados por el jefe máximo de Institutos Militares, general Santiago Omar Riveros, con la presencia de los directores de todas las escuelas del Comando para que ellos "adquirieran una responsabilidad compartida".
Con posterioridad, el 19 de noviembre de ese año, Stigliano envió el EMGE un escrito de siete carillas con su firma, en la que, entre otras consideraciones, relata una visita de Galtieri al centro clandestino El Campito. "Su propósito era dialogar con el delincuente subversivo 'Petrus' (luego ejecutado), que fuera capturado por una sección a mis órdenes." Todo, para decir que Galtieri se interesó en esa ocasión por su herida en la mano.
Pero en aquellas 20 palabras, también echó luz acerca de uno de los últimos instantes vividos por Horacio Domingo Campiglia, nada menos que el responsable de la inteligencia montonera, quien fue secuestrado el 12 de marzo de 1980 en el aeropuerto de Río de Janeiro junto con Mónica Susana Pinus, tras ser bajados a los golpes por una patota de argentinos, bajo la atenta mirada de efectivos del Ejército de Brasil. Ahora se sabe que Stigliano era quien allí también llevaba la voz cantante.
En 1991, al borde de la invalidez y ante la indiferencia de sus superiores, Stigliano pateó el tablero con el único fin de acelerar sus trámite de retiro. El arrepentimiento no estaba en su horizonte. Moriría por causas naturales unos meses después. Sus confesiones, en cambio, están más vivas que nunca. «

Terrorismo de Estado y la salud
La Armada suele pagar a rajatabla las pensiones por secuelas en "actos de servicio", a pesar de que el beneficiario ya haya muerto.
Tal es el caso de la señora Haydée de la Serna Lynch, viuda del marino Gustavo Lynch Jones, acusado de participar en los vuelos de la muerte en la ESMA. El tipo –hermano del oficial Ricardo Lynch Jones, actualmente en juicio oral por esa misma causa– murió en 1989.
Su esposa, al respecto, dijo: "Gustavo expuso la vida en la lucha contra la subversión para salvar a la patria del flagelo que la amenazaba, y esa, justamente, fue la causa de su temprana muerte."

Un cuñado para el batallón 601



A mediados de la década del ’70, el entonces capitán Stigliano se convirtió en cuñado de un tal Florencio Arteaga, hermano de su señora esposa.
Se trataba de un muchacho sin oficio ni ocupaciones conocidas. En consecuencia, el militar le propuso un excelente trabajo: agente civil del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército.
"Es una buena oportunidad laboral. No la desaproveches, que acá no hay una segunda oportunidad", le dijo al joven con aire paternal.
Y Florencio aceptó con beneplácito. Hijo de una conocida familia de Paraná. Su madre –la suegra del militar–, cuyo apellido de soltera es Bouzada, regenteaba el Hotel España, de calle 25 de Junio, que luego se transformó en la galería ubicada frente al Teatro 3 de Febrero.
A fines del gobierno de Isabel Perón, Florencio había fijado residencia en la capital, siendo huésped de la pareja formada por su hermana y Stigliano. En los primeros meses del golpe de Estado, lo sorprendió en esa casa.
El militar luego fue trasladado a Corrientes y, al promediar la última dictadura, fue trasladado a Paraná, en donde permanecería hasta morir, en 1993.
Lo cierto es que Arteaga mantuvo oculta su condición de espía de la dictadura, hasta el momento en que se desclasificaron las listas del personal civil del Batallón 601.
Con la apertura democrática, se afilió a la UCR y, evidentemente, ello le sirvió para mantener informados a sus patrones de uniforme acerca de lo que iba sucediendo en el partido centenario. A lo largo de su carrera de agente secreto, se lo solía ver muy cercano al ex espía de la SIDE, Juan Carlos Legascue, de conocida ascendencia sobre la mayoría de los agentes encubiertos de Paraná, por su conocida capacitación en el exterior y su rol clave, tanto en plena dictadura, como en las etapas democráticas, cuando cumplió misiones como el secuestro de Enrique Gorriarán Merlo en México, en 1995.
Ese mismo año, Arteaga apareció como uno de los aportantes para la campaña proselitista de los candidatos de la UCR. Ex alumno del Colegio Nacional, actualmente es esposo de la concejal radical de Paraná, Liliana Lampan.

RT: Seis policías se han suicidado desde que empezaron las protestas en Turquía

Una protesta pacífica contra la remodelación urbana en Estambul derivó en la mayor ola de indignación popular que el Gobierno de Erdogan ha presenciado en diez años en el poder y que pone al desnudo una amplia lista de problemas dentro del país.

Luego de la violenta represión, seis policías han cometido suicidio desde el comienzo de las protestas antigubernamentales en Turquía, según informa el diario turco 'The Hurriyet Daily' citando fuentes oficiales.

Según afirmó el líder del sindicato policial turco, a pesar de que los miembros de las fuerzas policiales han sido criticados severamente por su manera de reprimir las protestas, también los agentes de seguridad se vieron obligados a trabajar en duras condiciones.

"Las imágenes que hemos visto reflejan la violencia a la que se enfrentan los policías. Y no solo se ven expuestos a los actos violentos de los manifestantes, sino que han tenido que afrontar 120 horas consecutivas de trabajo con poca comida", dijo Faruk Sezer, líder del sindicato, que asimismo denuncia que los policías traídos de otras ciudades se vieron obligados a dormir en bancos o bajo sus escudos debido a que las autoridades estatales no proporcionaron alojamiento a todos los agentes.

Desde el comienzo de las protestas antigubernamentales en Turquía oficialmente se han registrado cuatro víctimas mortales, tres manifestantes y un policía, durante los enfrentamientos entre los agentes de seguridad y los participantes en las protestas.


A tres días de la presentación de alianzas para octubre, el jefe comunal de Tigre, Sergio Massa, tiene previsto encontrarse con colegas de la provincia para discutir el escenario político. Encuestas y estrategia.

Este domingo, el intendente de Tigre, Sergio Massa, comenzará a romper el misterio que rodea a su posible candidatura como cabeza de un frente opositor al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires para los próximos comicios de octubre. Los plazos electorales dejan poco margen para la especulación. Restan tres días para la inscripción formal de frentes electorales y menos de una quincena para la presentación de las listas definitivas de candidatos. Sin embargo, el ex jefe de Gabinete de ministros seguirá manteniendo, por ahora, el enigma sobre su participación personal, pero blanqueará lo más pronto posible el armado bonaerense del Frente Renovador, la marca que utilizará para desembarcar en la arena electoral de este año y la misma que usó Antonio Cafiero para dar pelea a partir de 1985.

El momento fundacional para el lanzamiento del partido de Massa, que basará su inscripción legal con la personería del partido Unión Popular de Eduardo Duhalde, estaba previsto hace 15 días y fue postergado en varias oportunidades. Pero se concretará esta tarde, cuando Massa se reúna con más de 15 intendentes bonaerenses para definir los pasos a seguir. Ayer, en declaraciones a la prensa de su partido, Massa consideró "fundamental" para tomar una decisión el encuentro con los jefes comunales y rechazó las críticas a su posible lanzamiento. "Esto de 'un día te abrazo y al otro día te critico de acuerdo a como creo que vas a mover' es raro. Creo que cada uno tiene que hacer su trabajo y su tarea, contarle a la gente lo que quiere hacer", advirtió. 

La localidad elegida para el asado no es Tigre, ni alguna localidad del Conurbano Bonaerense, sino el partido bonaerense de General Villegas, ubicado en el extremo noroeste de la provincia, muy cerca del límite de La Pampa. La elección de esa escenografía agraria no fue casual. Cerca del mandatario comunal confiaron que ese punto lejano del Conurbano fue definido para mostrar que las intenciones del futuro frente no se limitan a los tres cordones del Gran Buenos Aires, sino a todo "el interior profundo de la provincia", un terreno donde Massa gozaría de una imagen positiva tan alta como en la zona más poblada del país. 

Pero más allá de los gestos, el Conurbano no dejará de tener su peso específico en la cita. Como era de esperar, estarán las principales espadas del massismo, como el intendente de San Miguel, Joaquín De la Torre; de San Fernando, Luis Andreotti; y de Hurlingham, Luis Acuña. En el elenco también estará Gabriel Katopodis, a cargo del partido de San Martín, y algunas figuras de la pampa sojera, como el jefe comunal de Olavarría, José Eseverri. El arco de invitados superará la quincena de intendentes, pero tendrá inclusiones inesperadas y claves del Conurbano Sur como Luis Giustozzi, intendente de Almirante Brown, una de las figuras más importantes de la tercera sección electoral, que podría volcar todos sus esfuerzos para afianzar el desembarco del massismo en la zona sur, un terreno que no se muestra tan fértil para Massa como el norte bonaerense.