viernes, 23 de agosto de 2013

Pinochet había adquirido toxinas botulínicas como para matar a millones.

El dictador chileno Augusto Pinochet (1973-1990) dispuso de toxinas botulínicas con las que se podría haber eliminado a una población igual a la mitad de la de Santiago y practicar asesinatos masivos o individuales fuera del país.

La impactante noticia, revelada ayer por la ex directora del Instituto de Salud Pública (ISP), Ingrid Heitmann, conmocionó al país y llevó al presidente Sebastián Piñera y a sus predecesores Eduardo Frei (1994-2000) y Michelle Bachelet (2006-2010) a coincidir en el pedido de una exhaustiva investigación judicial. 

Las toxinas, provenientes del Instituto Butantan de San Pablo, Brasil, estuvieron en poder de la dictadura desde los años '80 del siglo pasado. Investigaciones judiciales ligadas al presunto envenenamiento de presos políticos y del ex presidente demócrata cristiano Eduardo Frei, en 1982, corroboraron el origen brasileño de las toxinas. Los químicos, que permanecieron ocultos durante 27 años en un subterráneo del ISP junto al Estadio Nacional de Santiago, fueron descubiertos e incinerados en 2008, sin que se informara al gobierno de Michelle Bachellet o a la justicia, dijo Heitmann.

"Eran dos cajas llenas de ampollas con toxina botulínica, suficientes para matar a la mitad de Santiago", dijo la profesional. De hecho, un adulto de 70 kilos muere si se le inyecta 0,15 picogramos de la toxina. Como antecedente, cada picogramo equivale a apenas la billonésima parte de un gramo. La toxina también puede ser suministrada oralmente. La botulina, a la que en los últimos años se le ha dado usos cosméticos, es una neurotoxina elaborada por una bacteria, que provoca parálisis muscular progresiva y que como arma de destrucción masiva está prohibida por las Convenciones de Ginebra y la Convención sobre Armas Químicas.

Hasta ahora, el destino de las sustancias químicas era desconocido. "La policía fue muchas veces al ISP, pero no las encontró", recordó Heitmann. "Nunca revisaron el subterráneo", agregó. La bióloga dijo que quedó impactada cuando sus subalternos encontraron estas armas químicas. "Me espanté, no pensé que pudieran ser importantes para un proceso judicial, no se sabía lo de Frei" (su presunto envenenamiento), explicó ante la decisión de incinerarlas en silencio junto a todos los demás materiales, pese a que faltaban algunas ampollas en el par de cajas encontrado, lo que hacía presumir su uso contra opositores de la dictadura. Un caso documentado y probado por la justicia es el asesinato del diplomático español Carmelo Soria, en 1976.

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