viernes, 16 de agosto de 2013

Paraguay: Pueblos indígenas. De Pueblos ricos a Pueblos empobrecidos.

“A estas alturas el problema ya no es solo la economía neoclásica, no es únicamente el modelo neoliberal de la economía, sino el propio modelo de la economía, la noción misma de “riqueza”, la noción de qué se cuantifica, que medimos…Esta concepción, lo que hoy se entiende por riqueza, no nos puede llevar sino a la desaparición de la vida en el planeta.” Edgardo Lander.


Una de las mayores satisfacciones de mi trabajo es estar en contacto permanente con la sabiduría de las sabias y sabios indígenas. Hoy en la comunidad urbana Cerro Poty, tuve la gran oportunidad de escuchar sintética y gráficamente un ejemplo de cómo los Pueblos Indígenas pasaron de ser sociedades riquísimas a ser sociedades empobrecidas. Empobrecidas por ser presas de un sistema perverso, que necesita necesariamente apropiarse de la riqueza de la mayoría, para sostener la riqueza de unos pocos y sumir en la pobreza al resto de la humanidad.

Contaba la abuela Inocencia, que anteriormente los niños y niñas aprendían de los abuelos y abuelas, quienes estaban constantemente enseñando lecciones prácticas en la comunidad. Antes la vida era tranquila, el monte era un gran supermercado donde las personas se surtían de toda clase de alimentos y medicinas naturales. Los conocimientos eran amplios, en todo sentido y sobretodo conocimientos relacionados a la alimentación del cuerpo y del espíritu. Ambas cosas están intrínsecamente relacionadas, ya que el cuerpo es la casa del espíritu que es nuestro verdadero ser, decía.

Contaba la abuela: “Yo aprendí sobre las plantas medicinales de mi abuelo. Todos los niños del lugar le seguíamos a él, caminando por el monte. Él nos mostraba las plantas, para qué servían, cómo se usaban, como se preparaban y quienes podían disponer de ellas. La vida era tranquila, teníamos tierra, alimentos. La tierra era de todos, nuestras casas no tenían que ser estructuras muy fuertes, porque nos mudábamos de lugar cada tanto, recorríamos juntos, con la familia”.

“Hoy ya es difícil que los niños escuchen, a veces me dicen: “ojepukapáta nderehe”[1]. Eso me duele, porque yo quiero enseñar. Yo sé mucho y no puedo negar este conocimiento a nadie, si viene un blanco o rubio igual le tengo que enseñar, porque todos somos iguales, todos nacimos desnudos, todos tenemos un cuerpo, necesitamos alimentos y todos nos morimos por igual. Somos seres que fuimos creados por un mismo creador, son los antropólogos los que nos ponen nombres diferentes.”

La vida en el campo era una vida que se vivía plenamente, en conexión con la tierra, con los frutos y con la familia. El tiempo compartido era inmenso, la vida era tranquila, rica, había mucho tiempo para compartir con los niños y niñas, la vida era segura. El desarrollo de la inteligencia emocional de la niñez contaba con herramientas pertinentes, el amor y cuidado de toda la comunidad, al igual que los abuelos y abuelas contaban con la misma dosis.

Es esta vida actual la que hace posible la brecha tan trágica entre las generaciones que anteriormente podían perfectamente conectarse. Hoy son estos dos grupos etáreos los que más sufren al desamparo de una sociedad que ha cambiado radicalmente su concepto de riqueza. Es este sistema esclavizante el que no nos permite forjar los vínculos más importantes en nuestras vidas y donde brotan enfermedades físicas y sociales de todo tipo, a consecuencia de la ruptura de lazos claves.

Decía la lideresa Petrona “Hoy nuestra preocupación está en la comida, todo el día tenemos que priorizar un trabajo, una búsqueda, no da gusto pasar hambre. Cuando yo paso hambre, a la noche, después de no haber comido nada durante el día, ya nada me contenta, ya no me siento. La preocupación está en conseguir por lo menos un 10 mil guaraní para dar de comer a mis hijos.”

Vemos como “el dinero” empobrece trágicamente nuestras vidas. El hambre es una cuestión vital en las comunidades indígenas urbanas. Desterradas de los campos originarios por un sistema expulsor, abandonan el campo para esclavizar sus días, y donde el recuerdo de hace 30 años, propio o guardado cariñosamente de las pláticas de los abuelos y abuelas, le hacen ver que antes eran ricos, que vivían en abundancia.

Eran inmensamente ricos, pues tenían tierra, monte, territorio. Un lugar digno donde desarrollarse como personas y como sociedades. Ricos naturalmente (económicamente), espiritualmente, culturalmente y emocionalmente.

¿Se necesita algo más gráfico para entender?

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