sábado, 12 de octubre de 2013

Medio siglo atrás asumía la presidencia de la Argentina, el radical Arturo Umberto Illia -un médico bonaerense que se radicó en Cruz del Eje, Córdoba- que se impuso en las elecciones que proscribieron la participación del peronismo, pero que dejó un legado de honestidad y bonhomía gubernamental y la herramienta principal de reclamo de soberanía de las Islas Malvinas, que es la Resolución 2065 de las Naciones Unidas (ONU).


Illia-Perette (Carlos) había sido la fórmula de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) que alcanzó el triunfo con un magro 25,8% de los votos, correspondiente a 168 electores, cuando se necesitaban 270 para ser consagrado como jefe de Estado.

La segunda fórmula presidencial fue la de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), encabezada por otro médico, Oscar Alende, y tercero entró el general y ex presidente de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Perón, Pedro Eugenio Aramburu.

Después de jurar como Presidente, Illia viajó hasta la Casa Rosada en el Cadillac oficial descapotable flanqueado por el comandante en jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía, y el por entonces titular de la Armada, Eladio Modesto Vázquez. Una metáfora perfecta de cómo había sido el camino para llegar a las elecciones y de lo que vendría.

Illia sucedía a José María Guido, un senador rionegrino, quien se hizo cargo de la presidencia de la Nación el 29 de marzo de 1962, tras el golpe de Estado que derribó a Arturo Frondizi, a raíz de haber convocado comicios en los que había ganado el peronismo en varias provincias, en especial, la de Buenos Aires con Andrés Framini a la cabeza.

Los dieciocho meses de gobierno de facto de Guido fueron una sucesión incontable de presiones e internas militares, con dos grandes crisis castrenses, tropas y muertos de por medio, que dividieron a los uniformados entre Azules y Colorados, y cuya discusión principal pasaba por la prohibición y persecución del peronismo y del comunismo.

Los Azules representaban a grandes rasgos el sector legalista, que empujaba la vuelta al gobierno constitucional, con elecciones de por medio, y los Colorados, cuya idea central era mantener fuera del juego a Perón y al peronismo.

Los Azules ganaron en el terreno militar, pero los otros impusieron lo ideológico: prohibir el pronunciamiento a favor del “tirano prófugo”.

Illia había sido candidato triunfante a gobernador de Córdoba en las elecciones anuladas. El comicio cordobés había ocurrido en diciembre de 1962. Otras elecciones provinciales se produjeron tres meses más tarde, el 18 de marzo, resultado que fue objetado por las Fuerzas Armadas que decidieron sacar a Frondizi 11 días después.

La primera medida adoptada por Guido con acuerdo de las FF.AA. fue anular las elecciones a gobernador de las provincias y en un acta secreta aprobar la cláusula que esbozaba la idea de la prohibición del peronismo en futuras elecciones.

Illia triunfó con un programa que contenía cinco ideas fuerza: la planificación en colaboración con un consejo económico-social, la expansión del mercado interno, la reducción del gasto militar, el aumento del gasto social y la anulación de los contratos petroleros.

El gobierno radical cumplió con la anulación de los contratos petroleros que había aprobado Frondizi, subió el presupuesto destinado a la educación, mejoró el funcionamiento de la economía, pero no puso suficiente atención al tema militar como problema político, como hubiera sido aconsejable.

En septiembre de 1964, el general Onganía pronunciaba en la academia militar de los Estados Unidos, West Point, un discurso que marcaba la línea política del país. El jefe del Ejército decía allí que las FF.AA. estaban dispuestas a preservar los valores de la civilización occidental y cristiana. Definía, allí, al enemigo interno.

Del enfrentamiento entre Azules y Colorados había surgido un líder militar: Onganía, que así como defendió la salida institucional que benefició a Illia, sería el jefe mesiánico que se alzaría contra el Presidente cuando desde el establishment lo cuestionaron y acusaron de “tortuga”, por una supuesta inacción de gobierno.

Aparte de la honradez, Illia logró que la diplomacia argentina, conducida por el canciller Miguel Zavala Ortiz, consiguiera el respaldo de la asamblea general de las Naciones Unidas (ONU) en la que se invitaba “a los gobiernos de la argentina y del Reino Unido a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el comité especial” por la soberanía de las Islas Malvinas”.

Esta resolución es la 2065 de la ONU, aprobada el 16 de diciembre de 1965, recomendación que aún hoy, a 48 años, sigue siendo la norma esencial de conducta diplomática de la Argentina en el reclamo por el territorio insular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario