domingo, 18 de agosto de 2013

La desaparición de Miguel Bru marcó un antes y un después en la historia del gatillo fácil en la Argentina. Rosa, la madre del estudiante de periodismo, admite que espera algún día poder darle sepultura. El caso de su hijo la convirtió en referente de la lucha contra la violencia institucional.


La pregunta fue escrita por primera vez en una sábana blanca por un grupo de amigos y compañeros de la Facultad. Fue improvisada para la primera marcha de la que participaron unas 200 personas. En las siguientes movilizaciones llegaron a ser un millar y la bandera, horizontal y con grandes letras en imprenta, repetía la misma pregunta sencilla y concisa: "¿Dónde está Miguel?"
Pasaron 20 años y el interrogante continúa sin respuesta. El 17 de agosto de 1993 marcó un antes y un después en la historia del gatillo fácil en la Argentina: ese día Miguel Bru, de 23 años y estudiante de la Facultad –por entonces escuela superior– de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, fue secuestrado, torturado hasta la muerte y su cuerpo desaparecido por policías de la Comisaría 9ª de La Plata. El caso llegó a los medios y se transformó en un ícono de la lucha contra la impunidad y la connivencia policial, judicial y política de la década de los '90, cuando en las sombras de la provincia de Buenos Aires reinaba la tristemente célebre "Maldita Policía", que el gobernador Eduardo Duhalde consideró "la mejor policía del mundo".
"¿Dónde está Miguel? Es una pregunta sin respuesta. Duele porque es una pregunta que te hacés todos los días. Y la imaginación vuela y pensás cómo sería un reencuentro. Hasta que caés en la realidad de que no va a existir un reencuentro de ese tipo, sino que encontarnos con Miguel sería para darle una cristiana sepultura. Y eso es terrible", explica Rosa Schonfeld, la mamá que, hoy convertida en un referente contra la violencia institucional, preside la Asociación Miguel Bru, dedicada desde 2002 a acompañar y patrocinar causas similares. 

"En ese momento lo que cambió, lo que marcó, fueron las marchas, los reclamos, el apoyo del periodismo, porque también se acercaban familiares porque sus causas no avanzaban", explica Rosa. Y agrega: "Para nosotros fue una época que sentó antecedentes y que unió mucho a los familiares. Me acuerdo que en la tercera marcha los chicos dijeron que no iban a poner solo el nombre de Miguel en los volantes, sino que iban a agregar el de Andrés Núñez (un albañil asesinado por policías en la Brigada de Investigaciones de La Plata) y el de Maximiliano Albanese (asesinado por policías en la puerta de un boliche bailable) y los padres de ellos también vinieron a la marcha. Era una gran solidaridad la que había."
A finales del invierno de 1993 todo pasó de golpe. Al mes de la desaparición, el domingo 19 de septiembre, Página/12 publicó una nota que puso el tema en agenda nacional y que mencionaba la pista policial. Cinco días después, el 24 de septiembre se realizó la primera marcha. Desde aquel día de hace dos décadas el interrogante se convirtió en la consigna desde la cual se continúa pidiendo por la aparición de Miguel Bru.

LA PISTA POLICIAL
Miguel era un estudiante común. Su familia, sus amigos y sus compañeros de la facultad lo recuerdan como una persona buena, generosa, afecto a los animales, amante de la libertad por sobre todas las cosas. Vivía en una casa tomada en calle 69, entre 1 y 115, en el barrio El Mondongo, con varios integrantes de la banda de punk rock Chempes 69, en la que cantaba. En esa casa ensayaban, hacían reuniones.
Pero en esa casa también había sido víctima de dos allanamientos ilegales y violentos realizados por personal de la Comisaría 9ª. El primero con la excusa de que los vecinos habían denunciado ruidos molestos. El segundo aduciendo un robo a un kiosco que nunca existió. En ese último rompieron varios instrumentos y se llevaron a algunos detenidos. Miguel, creyendo que se protegía, denunció al personal policial.
"Miguel tenía un problema con la 9ª Varias veces los de esa seccional habían ido hasta la casa que comparte con amigos en la calle 69. Pero en abril hicieron un allanamiento sin orden del juez y mi hijo los denunció", relató en esa primera nota periodística Rosa Schonfeld. Esos policías eran el subcomisario y jefe del servicio de calle, Walter Abrigo, y el sargento primero Justo López.
Después ocurrió algo que el caso Arruga demostró que aún persiste: el hostigamiento policial, las amenazas, la persecución y el final trágico. Cuando fue secuestrado, Miguel estaba cuidando la casa de unos amigos en un campo a 50 kilómetros de La Plata. Hasta allí fueron el 17 de agosto para llevarlo a la Comisaría 9ª, ubicada en pleno centro de la ciudad. 

LA COMPLICIDAD JUDICIAL
 La causa judicial llegó por primera vez al juzgado del juez Amilcar Vara el 9 de septiembre de 1993 y nunca aceptó vincular la desaparición de Miguel con la pista policial. "Si no hay cuerpo, no hay delito", le decía el juez a Rosa Schonfeld. Así se mantuvo hasta ser destituido en un jury por esa y otras 26 causas en las que estaban involucrados policías.
Por el testimonio de seis presos que esa noche se encontraban en los calabozos de la 9ª, se pudo saber que Miguel había ingresado a la seccional y que allí había sido brutalmente golpeado. Esos presos vieron también cuando sacaban el cuerpo a la rastra. Pero además, una pericia demostró que en el libro de guardia habían anotado y luego borrado el nombre de Miguel.
Con la causa en otras manos, la justicia dictó la prisión preventiva al sargento Justo López primero, y al subcomisario Walter Abrigo, del comisario Juan Domingo Ojeda y de los efectivos Jorge Gorosito y Ramón Cerecetto, después.
En mayo de 1999 se realizó el juicio oral y público en el que fueron condenados a prisión perpetua los policías López y Abrigo, por el delito de tortura seguida de muerte, privación ilegal de la libertad y falta a los deberes de funcionario público. Ojeda fue condenado a dos años de cumplimiento efectivo de la pena, pero recuperó su libertad con sólo ocho meses de prisión. Lo mismo ocurrió con Cerecetto.

LA BÚSQUEDA
"No era tan importante para mí un preso más o un preso menos", reflexiona Rosa Schonfeld. "Si hubiera sido importante hubiera pedido que vayan todos presos. Por eso, el defensor oficial que tuvimos, el doctor Omar Osafrain, después del juicio me preguntó si estaría dispuesta a la reducción de pena si los policías colaboran para encontrar a Miguel. Y yo le dije: 'ofrezca lo que sea necesario'. Pero no hablaron", recordó. 
La justicia ya lleva realizados 36 operativos de búsqueda sin resultados. Y la búsqueda continúa sin poder romper el pacto de silencio de los policías.
"El problema que tengo es que estoy en desacuerdo con la modalidad que tiene (el fiscal Fernando) Cartasegna para la investigación", explica la madre de Miguel. "No se maneja como estaba acostumbrada. Desde que terminó el juicio, con todos los fiscales y hasta que llegó a la Fiscalía N° 4, trabajamos en conjunto, porque ellos sabían que habían existido otros rastrillajes, cosa que Cartasegna no hace. La sensación mía es que no está comprometido con la causa."

VIGILIA
 La primera vigilia fue improvisada y apenas concurrieron los miembros de la familia: llegaron al atardecer de un día frío, se sentaron en el último de los dos escalones de la Comisaría 9ª y prendieron unas pocas velas mientras la mamá enfundada en un tapado negro explicaba con un megáfono, a quien quisiera oírla, que seis años antes en esa seccional los policías del servicio de calle habían torturado hasta la muerte y luego desaparecido el cuerpo de su hijo. Era el 17 de agosto de 1999 y en ese ritual inicial el grupo no sobrepasaba las 20 personas. Ni siquiera estaban los amigos y compañeros de la Facultad.
Desde entonces Rosa, su familia y los amigos de Miguel realizan todos los años una vigilia entre las 19 del 17 y las 2 del día siguiente en las puertas de la comisaría. Se trata de un homenaje y una conmemoración simbólica para reclamar la aparición del cuerpo del joven.
"El juicio terminó el 17 de mayo del '99 y el 17 de agosto le dije a mi familia: 'Vamos a empezar a hacer una vigilia en el último lugar en el que Miguel estuvo y hasta que él vuelva ese va a ser el lugar cada 17 de agosto' recuerda Rosa Schonfeld. Esa primera vigilia la hizo sola con su familia por miedo al desborde y las represalias de la policía. Pero al día siguiente quienes la habían acompañado le reclamaron que no los haya invitado. "La solidaridad nos pudo, así que al año siguiente ya se hizo, digamos, legalizada, y hoy ya es una tradición."

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