miércoles, 26 de junio de 2013

"Haciendo cola para nacer", por Ignacio Pizzo.

Las filas madrugadoras de multitudes que solicitan atención médica en cada hospital, centro de salud o cualquier puerta que pueda abrirse, son miles. En todo el país se repite el mismo patrón, el mismo armado estratégico donde las estructuras edilicias obsoletas en su mayoría, otorgan turnos mediante ventanillas expendedoras. Soportar la espera buscando sanar, rehabilitarse, sacarse sangre. A veces buscando nacer.

El acompañamiento del nacimiento por parte de las ciencias médicas es una de las pocas prácticas que no conllevan, en la mayoría de los casos, un patología subyacente, es el acto humano por el cual se perpetúa la especie, natural, simple, la continuación incuestionable de la vida, un hecho biológico pero con innumerables connotaciones sociales y culturales.

Janusz Korczac, (Varsovia 1870-Treblinka 1942) gran médico y educador polaco, describe en su libro “como hay que amar a un niño” este acto: “A base de contracciones convulsivas de tu interior darás algo de ti misma, sin preocuparte lo más mínimo de su dolor. Con dureza y firmeza hará él esfuerzos por salir al exterior sin atender a tu sufrimiento. Un acto brutal”.


En un parto vaginal o por cesárea, se obtiene el “producto de la concepción”, la intervención de los equipos de salud, en esta etapa mágica del ciclo vital, contribuyó en gran medida a que las tasas de mortalidad infantil no sean tan escandalosas. No obstante la “institucionalización” de los partos, en muchos casos ha significado maltrato para la parturienta y muerte para el recién nacido.

El caso de Luz Milagros fallecida el domingo 23 de junio, es el caso de una niña que dada por muerta al momento de nacer el 3 de abril del 2012, fue trasladada a la morgue del hospital Perrando de Chaco y encontrada por sus progenitores viva, gimiendo, pudo ser rescatada, reanimada y su vida hasta hoy fue de una fragilidad absoluta, se aferró a la vida en aquel momento, el gran amarillismo mediático gráfico y audiovisual dedicó tapas, notas y entrevistas.

Luz Milagros dejó este mundo con apenas unos párrafos dedicados en los principales matutinos, porque entre las sombras nocturnas del sábado, la noticia de relevancia, para el primer plano, era sin duda el cierre de listas para las elecciones primarias legislativas. Las miserias y mezquindades humanas se dejan translucir a pleno en reuniones cerradas en donde seguramente no se gastó el tiempo en hablar de una niña chaqueña que fue pasajera involuntaria de los diferentes indicadores estadísticos, mortalidad fetal, mortalidad infantil y hoy con tan solo un año, dos meses y veinte días, llena otro certificado de defunción que seguramente dirá falla multiorgánica y coagulación intravascular diseminada. Reuniones acostumbradas a gallos y medianoche, donde la carne podrida se lustra y se corroe con los colmillos del poder.

En Rosario Luz Milagros esbozaba bocanadas de oxígeno. Así es, falleció irónicamente en Rosario donde estaba acompañada de su madre. El veinte de junio, tres días previos se celebraba el día de la de la Bandera, y esa señora de negro hacía mención a Don Manuel Belgrano, a la justicia y a la democracia y repitió que gobierna para los cuarenta millones de argentinos. Seguramente no podía anticipar que esa niña dada a “luz” en Chaco hace 14 meses, visitadora de tinieblas hospitalarias, se pueda alzar tres días después, por encima del mástil, para decirnos que la democracia y la libertad de nacer aún se encuentra en el patio trasero de la nación, donde las niñas madres hacen cola, que la justicia no llega por apartar a los médicos que la asistieron, porque el Ministro de Salud que está bajo tutela presidencial, sospechado de enriquecimiento ilícito, es precandidato, y que Don Manuel Belgrano está mas cerca de ella, de Luz Milagros, porque falleció enfermo, olvidado y pobre. Por todo esto nuestra Bandera el 23 de junio debería haberse izado a media asta.

APe


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