sábado, 22 de junio de 2013

Buenos Aires: a once años de la Masacre de Avellaneda

Alberto y Leonardo Santillán, padre y hermano de Darío, denunciaron en una carta pública que la impunidad sigue vigente. 
Alberto y Leonardo Santillán, padre y hermano de Darío, en la proximidad de un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda que se llevó la vida de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán y dejó un saldo de más de 30 heridos, dieron a conocer el siguiente comunicado:

"Si bien en su momento y a través de la lucha conseguimos que los autores materiales, los que apretaron el gatillo cobardemente contra manifestantes desarmados, madres con hijos, jóvenes, contra Maxi, los que fusilaron por la espalda a Darío, fueran condenados -aunque gozan de grandes privilegios- el poder político continúa impune, amparado por acuerdos oscuros y complicidades perversas.

A 11 años ni Duhalde, ni Fepile Solá, ni Juan José Álvarez, ni Alfredo Atanasof, ni Jorge Matzkin, ni Luis Genoud, ni Oscar Rodríguez, ni Jorge Vanossi, ni Aníbal Fernández, ni el difunto Carlos Soria, entre otros; fueron investigados por aquella Masacre, a pesar no sólo de las sobradas pruebas de la existencia de un plan represivo con reuniones previas, directivas y complicidades necesarias, una autoría ideológica y responsabilidad política del asesinato de Darío y Maxi; sino también de las reiteradas promesas vertidas por los sucesivos gobiernos, y la del mismo gobierno kirchnerista que hoy ya cumple más de diez años en el poder y que prometió, allá por el año 2003, “investigar hasta las últimas consecuencias”.

Es éste gobierno quien, en su doble discurso, se presenta como garante de los Derechos Humanos mientras mantiene a Aníbal Fernández como senador nacional y vocero de las políticas de gobierno, el que en su momento apañara a Soria permitiéndole llegar a ser gobernador de la provincia de Rio Negro en representación del Frente para la Victoria, el que permitiera que Juan José Álvarez fuera por dos períodos consecutivos diputado nacional en alianza con el kirchnerismo, y el que nombrara a Oscar Rodríguez como consejero en la embajada argentina en Uruguay. Es el mismo gobierno que nunca abrió los archivos de la SIDE y que, ante la no investigación de aquella Masacre, termina siendo cómplice del silencio y la impunidad.

En nuestro largo camino nos queda la sensación de que una parte de nuestras vidas se desangró junto a Darío y a Maxi aquel 26 de Junio de 2002. Pero, a la vez, hemos aprendido que la lucha que impulsamos, como familiares y amigos, como compañeros, es también la lucha que Darío parió hasta el último momento de su vida y el ejemplo a seguir que nos dejó. Por eso seguimos peleando por justicia, contra la impunidad y por la memoria y a la vez levantamos con orgullo la bandera de Darío y su ejemplo de lucha, de amor y de entrega.

Pero hemos aprendido en todos estos años que la lucha contra la impunidad no se expresa sólo en buscar justicia por lo que paso aquel 26. Sabemos que luchar por Justicia es pelear por que en este país no mueran más pibes por el gatillo fácil, porque la redes de corrupción, trata y narcotráfico no se lleven la vida de nuestros hijos e hijas, por que no queden impunes las muertes de las jornadas del 19 y 20, por que el “Nunca Más” se haga cuerpo y aparezcan Luciano Arruga y Julio López, por que se respete la vida de nuestros pueblos originarios. Darío sentenciaba ya por aquellos años, frente al asesinato de Javier Barrionuevo en el año 2002, “¿Cuántas muertes más quieren?”. Por eso es que nuestro compromiso, como familiares sigue siendo el luchar por los Derechos Humanos de ayer y de hoy, contra la impunidad en todas sus formas. No elegimos este lugar, pero asumimos la responsabilidad que nos toca, por Darío, por Maxi, por un presente y un futuro con Justicia, con igualdad y dignidad.

Sentimos también que este camino, estas banderas, estas enseñanzas, no las aprendimos solos. Esa lucha que parió Darío también dio nacimiento a miles de Daríos, a miles de hombres y mujeres jóvenes que hoy se entregan como él lo hizo, que se organizan porque sienten en lo más profundo, como él solía decir parafraseando al Che, cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Esa entrega, ese acto de amor, es el que nos renueva día a día y que nos inyecta la vida necesaria para seguir adelante".

Los hechos

Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron conocidos de golpe por millones de personas a partir de un hecho trágico que hoy recordamos con el nombre de “Masacre de Avellaneda”. Aquel 26 de junio de 2002, los denominados “sectores duros” del movimiento piquetero intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en una jornada nacional de lucha coordinada por diversas organizaciones. Los canales de televisión mostraron, en vivo y en directo, cómo la policía bonaerense y la prefectura nacional reprimían disparando balas de goma, gases lacrimógenos y, como se sabría más tarde, balas de plomo mientras perseguían por una zona de más de veinte cuadras a los piqueteros que se replegaban e intentaban regresar a sus barrios. Sin embargo, los titulares de los diarios y los noticieros de TV hablaban de “enfrentamientos”.

El día siguiente, las fotografías mostraron al comisario Fanchiotti irrumpiendo en la Estación de Avellaneda. Allí estaba Darío Santillán, con un gesto de solidaridad extremo, intentando socorrer a Maximiliano Kosteki, herido de muerte por las balas de la represión mientras formaba parte de la línea de autodefensa. En las fotos se veía también a la patota policial maltratando bestialmente el cuerpo de Maxi y a Darío, ahora agonizante y bañando con su sangre el suelo que lo había visto de pié. La difusión de estas escenas generaron un profundo repudio social que tiró por la borda la versión oficial de que los piqueteros se habían matado entre ellos por una disputa interna. Esa versión había sido tejida por las altas esferas del gobierno, la policía y ciertos medios masivos de comunicación, con el grupo Clarín a la cabeza. Todo ello fue documentado en el libro Darío y Maxi, Dignidad piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26 de junio de 2002 en Avellaneda, escrito y publicado en 2003 por quienes habíamos protagonizado aquellas luchas y reeditado en estos días por la editorial El colectivo, junto con una biografía de Darío Santillán ilustrada para niños.

Este freno al intento autoritario y represivo del régimen, en un contexto de conflictividad social creciente (a pocos meses de la rebelión popular de diciembre de 2001), provocó el retiro anticipado del gobierno de Duhalde. El entonces presidente rápidamente pasó a decir que había sido una “feroz cacería”, intentando sin suerte desligarse de las responsabilidades políticas que le cabían. De ahí en más, la solución de los conflictos sociales por vía de la represión violenta a la protesta social comenzó a ser contemplada con recelo por la mayoría de los gobernantes ante la evidente sensibilidad social antirrepresiva que se había afirmado, con fuerza inusitada, a partir de estos crímenes. El ciclo político por venir quedó marcado por este “dique de contención”, antirrepresivo y antiautoritario, que promovió cierto sentido común progresista en amplias capas de la población. Como contracara, todo intento de sobrepasar desde las luchas populares las fronteras de la democracia representativa y el capitalismo “en serio”, exigiendo en la calle el reconocimiento de las organizaciones populares, el respeto y la ampliación de los derechos económicos, sociales y culturales de las clases oprimidas, se topó a partir de entonces con un muro que delimitó con claridad qué se podía y qué no, y que intentó atar la legitimidad de cualquier protesta popular a la legalidad de un régimen político excluyente.

Una imagen que incita

La imagen de Darío socorriendo a Maxi es fuerte, impactante. Un presente que rompe el hilo implacable del curso de los hechos: Darío toma con su mano la mano moribunda del compañero al que, aunque no conoce, no quiere abandonar. Y levanta su otra mano a palma abierta intentando frenar la crueldad policial. Allí el tiempo se detiene. Aunque luego el caño de la itaka lo amenace directo a la cabeza y sus verdugos le ordenen retirarse, aunque se ponga de pié, gire, trastabille y dé dos pasos hasta caer fusilado por la espalda. Esa imagen inmortal, capturada por el parpadeo de la cámara de Sergio Kowalewski, fue pintada e interpretada por Florencia Vespignani, compañera y amiga de Darío, transformada en esténcil, mural, serigrafía y símbolo viviente del antagonismo entre la lucha por la emancipación y la vileza del sojuzgamiento. Este gesto, como queda retratado en la reciente biografía Darío Santillán: el militante que puso el cuerpo, de Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey, y en el documental Darío Santillán: la dignidad rebelde, de Miguel Mirra, expresa con absoluta coherencia toda la ética militante que supo impulsar la praxis cotidiana de Darío, de Maxi y de muchos otros jóvenes que se volcaron a la política popular a partir de la crisis de los ’90. 

Una década después, más presentes que nunca, esos valores de solidaridad y compromiso, tal y como quedaron cristalizados en aquella imagen, son retomados por agrupaciones barriales, estudiantiles, culturales, bibliotecas, bachilleratos populares y cooperativas de trabajo autogestivo, que hoy llevan los nombres de Maxi o Darío. A través de ellos se establece la primera conexión con el río subterráneo de una historia insondable y poderosa: la historia de los que luchan, la historia de los que no aceptan la esclavitud en ninguna de sus formas. “Darío y Maxi no están solos”, puede leerse en una de las paredes de la Estación Avellaneda, hoy rebautizada Darío y Maxi. Y debajo de sus rostros dibujados, “El mejor homenaje: multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”.

Una lucha que continúa

Durante los últimos 11 años mucha agua ha corrido bajo el puente. Y muchas movilizaciones siguieron realizándose, también,sobre el puente. El mismo simbólico Puente Pueyrredón. Los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) donde Darío y Maxi militaban han ido transformándose, en viva relación con los cambios que las distintas coyunturas fueron imponiendo. Así, el trabajo de base realizado en distintas barriadas populares ha confluido junto a otras experiencias de organización popular de trabajadores, estudiantes, colectivos de arte y de género, de comunicación y pensamiento crítico que se fueron construyendo, con esa misma perspectiva, esa misma apuesta, por la gestación de una nueva izquierda, popular y con vocación revolucionaria.

Por ello es necesario que, junto con la conmemoración y el reclamo por justicia, sea puesta de relieve la vital importancia y la vigencia de aquellas luchas. Desde sus inicios las luchas por trabajo, en un contexto de desocupación masiva y precarización de la vida, estuvieron ligadas a los anhelos de promover un cambio social profundo, que hiciera realidad otro tipo de sociedad, sin injusticias, sin opresores ni oprimidos. Esta convicción, la misma que impulsó a Darío en su gesto de plena humanidad, es la que motivó a las organizaciones de base asentadas en las barriadas a transformarse en el germen de una experiencia política de nuevo tipo que, con menor visibilidad que en aquellos años, ha logrado crecer y profundizar sus tareas en el territorio durante toda esta década.
Es el caso de muchos de los MTD que el 26 de junio de 2002 confluían en la Coordinadora Aníbal Verón. Desde 2004 esos movimientos, junto con estudiantes, trabajadores, artistas y comunicadores, dieron forma a una herramienta política y social, el Frente Popular Darío Santillán. Se trata de una organización que reivindica el trabajo de base y la democracia desde abajo para proyectar, junto a las organizaciones hermanas de nuestro país y Nuestra América, el Poder Popular a todos los planos de disputa. El objetivo sigue siendo cambiar desde la raíz este sistema: el capitalismo. Neoliberal antes, “en serio” ahora, pero fuente de injusticias siempre. Si este crecimiento es posible, es porque dentro de este mismo horizonte anticapitalista -que tomó nuevos bríos en las últimas décadas en distintos rincones de Latinoamérica, pero también de Europa tras la contundencia de la crisis reciente- fue creciendo en nuestro país un nuevo espacio político denominado como “nueva izquierda”, “izquierda autónoma” o “izquierda independiente”, según quien la mencione. Efectivamente, se trata de un espacio político todavía en construcción que tiene en la rebelión popular del 20 de diciembre de 2001 y en la figura de Darío Santillán, referencias ético-políticas insoslayables, coordenadas que desbordan las fronteras y tradiciones de tal o cual agrupamiento.

Memoria y política

Darío y Maxi se convirtieron en la expresión más genuina de una juventud dispuesta a dar pelea, a batallar por una sociedad más justa. Ambos son símbolos de lucha que el pueblo hizo propios después de sus asesinatos. La figura del mártir, la construcción del mito, inevitable -y necesaria- como alimento espiritual de cualquier proceso social o político, siempre conlleva un riesgo para quienes quedamos marcados a fuego por aquella huella indeleble. Obligados a una lucha por justicia todavía incompleta (por la impunidad de Eduardo Duhalde, Felipe Solá y los miembros de sus gabinetes de gobierno) y en permanente tensión para mantener lo conseguido (la perpetua al comisario Fanchiotti y el cabo Acosta, recientemente puesta en duda), la historia podía reservarnos el lugar de meros “custodios de la memoria”. Lejos de caer en la idealización del gesto y la añoranza del pasado, los MTD comprendieron que era la proyección política integral la que iba a superar aquel riesgo.

A once años, las organizaciones herederas de aquellas luchas piqueteras expresan un desarrollo social y político que excede al de sus orígenes. Poseen un potencial inimaginable en aquel entonces y no claudicaron en ninguno de sus principios. Darío y Maxi expresan, justamente, esa búsqueda por escapar de los dogmas de una izquierda anquilosada en lógicas y métodos políticos que se demostraron inconducentes. Y también el rechazo completo al oportunismo conformista que restringe la política a las negociaciones y el posibilismo. De allí que este nuevo espacio político reafirma la convicción revolucionaria y la necesidad de un socialismo distinto al que se conoció durante el siglo XX.

 Un socialismo latinoamericanista, prefigurativo y desde abajo. Basta escuchar las grabaciones de las entrevistas realizadas a Darío Santillán para encontrar en sus palabras, correlato directo de su práctica piquetera, las semillas fundantes de este proceso de construcción de Poder Popular que hoy cuenta en nuestro país con la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA) y con otras experiencias de articulación afines que, juntas, se proponen coordinaciones políticas más amplias como el “Espacio 20 de diciembre”.

Los sucesos trágicos y ejemplares de la masacre de Avellaneda, qué duda cabe, constituyen un acontecimiento político disruptivo de la historia argentina y han calado hondo en memoria de las luchas de nuestro pueblo.

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