miércoles, 17 de julio de 2013

Brasil movilizado: Los conflictos existían, pero estaban aislados. Ahora, el PT tiene el desafío (y la necesidad) de volver a representar a quienes alguna vez representó.

"Dilma nunca decepciona: siempre decepciona", tuiteó el antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro, uno de los intelectuales más lúcidos del país. La presidente acababa de hablar por cadena nacional, sin decir nada. Su primera reacción a las protestas multitudinarias que llenaron las calles de Brasil, luego un largo e incomprensible silencio, era un video grabado en estudio, en el que leyó un texto escrito por el publicista João Santana. 


Estaba nerviosa. Parecía un spot de campaña, frío, leído de forma robótica, mirando a cámara desconectada, inexpresiva. "Decepción" es la palabra que mejor describe el momento que vive Brasil, donde no se movilizaba tanta gente desde finales de la dictadura. Ni siquiera las marchas contra Collor en 1992 reunieron a una multitud semejante. En Rio de Janeiro, los medios hablaban de 300.000 personas, pero hubo más de un millón. Yo estuve ahí. Había más gente que en el desfile del Cordão da Bola Preta, en carnaval, la manifestación callejera anual más grande en la ciudad. Y se veía bronca mezclada con entusiasmo, la sensación de estar haciendo historia, carteles escritos a mano, consignas variadas y espontáneas y un cansancio enorme por la distancia entre la política y la vida de las personas que viajan todos los días en colectivo. Parecía la Argentina de 2001, pero sin que nadie pidiera que se fueran todos: pedían que cambien, que escuchen.
Y el PT, que tantas veces ocupó las calles, estaba esta vez del otro lado del mostrador y desorientado, aunque igualmente desorientados estaban la oposición y los medios, que no entendían lo que estaba pasando. Las marchas habían sido convocadas por las redes sociales y cientos de miles confirmaban online que asistirían. En Brasil no están acostumbrados a marchas masivas como ésta. La primera señal la vi al ir a tomar el subte en mi barrio: la fila era más larga que cuando están todos yendo a recibir el Año Nuevo en la playa. La TV Globo, al principio, jugó contra la protesta, pero cuando vieron un millón de personas en la avenida Presidente Vargas, suspendieron la novela para transmitir en vivo. Fue un volantazo.

El mundo se sorprendía y muchos nos preguntaban a quienes vivimos acá cómo era posible que estuviera pasando esto en ese país admirado al que muchos veían como modelo. La decepción por la transformación del PT en partido del orden, sin embargo, no empezó ayer. Tras décadas en la oposición, quienes alguna vez fueron la izquierda llegaron al poder y allí construyeron una coalición para mantenerlo que incluye a muchos de sus históricos adversarios y, para contenerlos, excluye a muchos de los sectores sociales a los que el PT siempre había representado. Lula manejaba esas alianzas con una cintura política que Dilma no tiene, pero el germen de lo que pasa hoy empezó a gestarse en su gobierno, con Sarney, el PMDB, la Iglesia Universal... Ella, con menos habilidad y, sobre todo, menos sensibilidad social y afectiva, cede y cede, cada vez más. Y su gobierno está cada vez más lejos de su promesa.

En las protestas contra Collor, hace 20 años, el joven Lindberg Farias, presidente de la Unión Nacional de los Estudiantes, lideraba el pedido de impeachment con la cara pintada de verde y amarillo. Se afilió al Partido Comunista, después a un partido trotskista y finalmente al PT. Hoy es senador, está acusado de corrupción y sube al palco de la marcha del Ku Klux Klan antigay, organizada por un pastor evangélico multimillonario, para hacer campaña. Su transformación simboliza la transformación del partido que está en el gobierno.

La cuenta algún día iba a llegar. Lo vengo anticipando en las redes sociales. Pero es poco lo que se sabe en la Argentina sobre Brasil, ya que los medios oficialistas hablan bien de Dilma porque es aliada de Cristina, y los medios opositores porque quieren mostrar que es mejor que CFK. En estos días tuvimos un baño de realidad.


Las alianzas políticas llevaron al PT a desoír el reclamo de más de un millón de personas que se habían manifestado, a través de un petitorio firmado por Internet, contra la designación de uno de los políticos más repudiados del país, Renan Calheiros, como presidente del Senado. También habían elegido para presidir la Comisión de Medio Ambiente de la casa a un ruralista, Blairo Maggi, al que Greenpeace premió con la "motosierra de oro" como uno de los mayores depredadores del Amazonas. Y eso pasó después de que el Congreso aprobara cambios al Código Forestal que los ambientalistas denuncian como un indulto a los grandes ruralistas que están acabando con los bosques. Mucha gente protestaba, también, contra eso. Y Kátia Abreu, la Biolcati de Brasil, que odiaba a Lula, ahora elogia a Dilma.

Los conflictos ya existían y eran muchos, pero estaban, todavía, aislados.

A fines del año pasado, una carta firmada por indios de la tribu guaraní kaiowa conmovió a miles de personas y tuvo un fuerte impacto en las redes sociales. "Guaraní Kaiowa" pasó a ser el apellido de miles de internautas en sus perfiles de Facebook y Twitter. "Pedimos al gobierno y a la justicia federal que no decreten la orden de desalojo, sino nuestra muerte colectiva, y que nos entierren a todos aquí", gritaban los indios, amenazados de expulsión de sus tierras por un megaemprendimiento apoyado por el gobierno de Dilma. "El agronegocio está cada vez más osado en su ataque a los indígenas y la coalición que daba sustento al ‘lulismo’, en la cual había algún espacio para luchar por los derechos amerindios, fue reemplazada por un gobierno más tecnocrático y desarrollista, claramente hostil a los indios", escribió Idelber Avelar, profesor brasileño de la Universidad de Tulane, EE. UU., que alguna vez simpatizó con el PT. Avelar denunciaba, en octubre pasado, que el gobierno de Dilma "se esfuerza por aprobar algo que ni la dictadura consiguió: la minería en tierras indígenas".


A fines de mayo, la situación empeoró con el asesinato del indio Oziel Gabriel, de 36 años, en una hacienda ocupada por la comunidad terena en Mato Grosso do Sul, donde, según la Folha de São Paulo, 28.000 indígenas ocupan 20.000 ha demarcadas, mientras que el productor Ricardo Bacha, dueño de la hacienda donde se produjo el asesinato, tiene 6.300 ha, 800 de las cuales en litigio. Oziel recibió un tiro durante el desalojo realizado por la Policía Federal, enviada por Dilma. El conflicto se suma al que aún continúa en la usina de Belo Monte, en Pará, y la represión a los ocupantes del Museo del Indio en Rio de Janeiro, cerca del Maracanã. La periodista Eliane Brum, de la revista Época, destaca que durante los gobiernos de Lula y Dilma fueron asesinados 560 indios en conflicto por las tierras.

Pero los indios no fueron los únicos abandonados por el partido que alguna vez quiso representarlos. El giro conservador del gobierno de Dilma por su alianza con la mafia evangélica fundamentalista es uno de los rasgos más distintivos de su gobierno y puso en la vereda de enfrente a las minorías sexuales, a los negros que practican religiones de matriz africana, a las mujeres que luchan por sus derechos sexuales y reproductivos, y a todos los que defienden la laicidad del Estado.

Las primeras manifestaciones importantes comenzaron en marzo de este año, cuando la Cámara de Diputados, por un acuerdo de cúpulas entre el PT y los partidos de la "base aliada" —y el apoyo de parte de la oposición de derecha—, designó como presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Minorías al diputado y pastor evangélico Marco Feliciano, que en los últimos comicios hizo campaña por Dilma.

El pastor se había hecho famoso cuando dijo que los africanos "descienden de un ancestral maldito". "La maldición que Noé lanzó sobre su nieto, Canaán, se sacude sobre todo el continente africano. De ahí vienen el hambre, las pestes, las enfermedades y las guerras étnicas", aseguró, reviviendo una interpretación racista del Génesis que sirvió, en el pasado, para justificar la esclavitud de los negros. "Toda nación pagana atrae desgracias. La Biblia dice: ¡bendita la nación cuyo dios el el Señor! ¡La cura está en Cristo!", bramó.

Como si esto fuera poco, el pastor aseguró que Dios mandó a matar a John Lennon (¡!) por haber dicho que los Beatles eran más famosos que Jesús. En un video visto por más de 700.000 personas en YouTube, Feliciano grita enardecido: "Fueron tres tiros en el pecho: el primero en nombre del Padre, ese otro en nombre del Hijo y ése en nombre del Espíritu Santo. ¡Nadie ataca a Dios y sobrevive para demostrarlo!".

Pero además de decir barbaridades, Feliciano factura, como el resto de sus colegas de la mafia evangélica fundamentalista. Mucha plata. Uno de los negocios de estos grupos es convencer a sus fieles de que tienen que vaciar sus bolsillos en la Iglesia. Porque el dinero, las joyas, las tarjetas de crédito, todo lo que tengan es de Dios. Y hay que devolvérselo, a través de sus representantes. En otro video en YouTube, el pastor está recibiendo donaciones y descubre que uno de los fieles dejó su tarjeta de crédito.

—Es la última vez que lo digo: Samuel de Souza donó la tarjeta, pero no donó el PIN. Así no vale. Después va a pedir un milagro a Dios, Dios no se lo va a dar, y él va a decir que Dios es malo.

El pastor sigue contando el dinero y repite, con cheques y billetes en la mano: "¡Gloria a Jesús!". En el mismo video, recibe 1.000 reales de un tetrapléjico, a quien promete la curación. Días atrás, el diario O Globo mostró cómo los pastores ponen avisos en los diarios para buscar socios para abrir una iglesia, y explican a quien los llama: "Es mucha, mucha plata".


* Por Bruno Bimbi

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